domingo, 5 de abril de 2009

Los zapatos primos



Nunca había reparado en lo parecidos que podían ser dos zapatos que no pertenecieran al mismo par. Los zapatos de los cuales les hablaré eran muy parecidos y llegaron a mí en condiciones muy difíciles también. Los miraba y volvía a mirar hasta convencerme de que eran iguales. Pero ¿Cómo llegaron a mí?

Todo comenzó con mi hermano Jc en el año 1995. El se encontraba pasando el Pre-militar cuando no recuerdo por qué se quedó sin zapatos. Mi papá para tratar de resolverle lo llevó a su casa para hacer una requisa entre las cosas que había dejado el abuelo de su nueva esposa, fallecido hacía unos días.

No encontraron muchas cosas entre los trastes dejados por el viejo de 90 años, quién sabe cuándo fue la última vez que usó zapatos, en definitiva. De todos modos, para resolver y lograr que ese fin de semana volviera a sus estudios para obtener la “orden 18”, para continuar estudios universitarios, le dio dos zapatos muy parecidos y nadie reparó que eran de un modelo similar pero nunca iguales.

Una vez mi hermano en casa, nos mostró el buen calzado. En verdad se veían muy buenos y fuertes pero alguien al mirarlos bien se dio cuenta de que no eran iguales. ¡Ahí comenzaron las burlas! A todo el que llegaba a la casa le enseñábamos a ver si era capaz de reconocer “las siete diferencias” (como la sección de Bohemia) en los diferentes zapatos.

Avergonzado mi hermano, nunca los llevó a la escuela. Creo que alguien apareció con un par de “botas rusas” y resolvió el problema ahí mismo. Pero los zapatos siguieron esperando por un necesitado, convencidos de que en esos años tan difíciles era seguro que aparecería alguien quien les diera buen uso.

Por esa época yo cursaba mi cuarto año en la Universidad de Oriente. Una noche, muy cansado y agotado, quizás por el hambre, me acosté a dormir como a las ocho de la noche y dejé la puerta entre abierta para que cuando llegaran los compañeros de cuarto no me despertaran. Creo que escuchaba “Nocturno” en mi radio VEF 221, cuando me desperté y fui a ver mi equipaje que estaba preparado para salir desde la universidad hacia Guantánamo al día siguiente.

Para mi sorpresa, no estaba mi maletín, ni la ropa que tenía lista para salir el siguiente día. ¡Qué desgracia! ¡Me había quedado sin zapatos! ¡Justo una semana después que mi hermano! ¿Y ahora cómo regresaba a mi casa? Y peor ¿Qué me ponía para regresar el domingo? Mierda: ¡regresé a la casa en chancletas (cholas)! ¡Qué pena! En plena terminal de calle 4, en Santiago de Cuba, yo en chancletas.

Llegué a mi casa y todos con asombro comentaban sobre la gran pérdida de los zapatos, como si hubiera muerto alguien, pero nadie podía ayudar, porque todos estaban como yo: con un solo par de zapatos. ¿Pero cómo resolví? Sí, eran precisamente los zapatos primos los que me esperaban. Yo sí no tuve inconveniente en usarlos. Los vi fuertes, “bien parecidos”, negros con una costura alrededor, solo que uno era más largo que otro.

Pero hay gentes muy observadoras, más cuando estás en la universidad. Ese fin de semana me fui con mis “zapatos primos”. Agarré el camión desde el parque de San Gregorio, en Guantánamo, nadie notó nada. Era de noche. Llegué a la universidad y no pasó nada porque era de noche y en el cuarto no había mucha claridad para reparar en eso. En el aula no hubo problemas porque metí los pies bien para atrás del pupitre o la mesa para dos que compartía con Miguel, otro igual que yo.

Solo fue en la tarde, al momento de ir al comedor, que empezaba a las 5:05 P.M y creo que desde las 4:00 estaba allí. En el camino, un colega un año escolar mayor que yo, nombrado José Ramón Reborido, que se fue cuando los balseros y aún no sé donde está, pero tenía buena vista y observancia y me dijo: ¡Negüe, pero esos zapatos no son iguales! ¡Hubiese querido que me tragara la tierra! ¿Por qué tuvo que darse cuenta? ¿por qué fue tan observador? ¿Por qué yo?

Llegué al cuarto, empaqué mis cosas y salí para Guantánamo. Era miércoles. No me importaban las inasistencias, sino la pena de haber usado dos zapatos que no eran iguales ante tantas personas inquisidoras, quizás con sus traumas también por haber tenido que usar la prenda de vestir menos adecuada en plena adolescencia.